Los probióticos pueden ser útiles en niños, pero su eficacia depende de la cepa, la dosis y el motivo de uso. La evidencia respalda su uso en gastroenteritis, diarrea por antibióticos, cólico y algunos casos de estreñimiento. No sirven para “subir defensas” de forma general. Esta guía resume cuándo usarlos, cuándo evitarlos y cómo elegir un probiótico seguro y basado en estudios clínicos.
Probióticos Infantiles
En los últimos años, los probióticos se han convertido en uno de los suplementos más solicitados por los padres. La idea de “fortalecer la microbiota” o “proteger el intestino” se ha vuelto común, pero la evidencia científica es clara: no todos los probióticos funcionan igual, no todas las cepas son útiles para todas las condiciones, y la mayoría de beneficios dependen de dosis y duración específicas. Esta guía sintetiza, en un lenguaje accesible y basado en estudios científicos, cuándo pueden ser útiles en niños y cómo utilizarlos correctamente.
¿Por qué los probióticos no son todos iguales?
Una de las conclusiones más importantes del consenso clínico publicado en Acta Paediatrica (Hojsak et al., 2018) es que la eficacia de los probióticos es cepa-dependiente. Es decir, no se puede asumir que “un Lactobacillus sirve para todo”.
Cada cepa tiene efectos distintos: unas ayudan a reducir la diarrea, otras disminuyen el riesgo de dermatitis atópica, y algunas no tienen evidencia suficiente.
De manera complementaria, se ha demostrado que la acción de los probióticos depende también de factores como la estabilidad de la formulación, la viabilidad de las bacterias, la forma farmacéutica y la interacción con el ambiente intestinal. Todo esto explica por qué dos productos comerciales pueden tener la misma especie bacteriana pero producir efectos totalmente distintos.
¿Cuándo sí funcionan los probióticos en niños?
1. Gastroenteritis aguda
El consenso clínico de Hojsak et al. (2018) respalda el uso de dos cepas:
- Lactobacillus rhamnosus GG (LGG)
- Saccharomyces boulardii
Ambas reducen la duración de la diarrea en promedio entre 24 y 30 horas cuando se administran en las primeras 48 horas del inicio del cuadro. Este beneficio, aunque moderado, es clínicamente relevante para evitar deshidratación y mejorar el bienestar del niño.
2. Diarrea asociada a antibióticos
Este es uno de los usos con evidencia más sólida. LGG y S. boulardii ayudan a prevenir la diarrea al mantener la estabilidad de la microbiota mientras el antibiótico elimina bacterias sensibles. Según Hojsak et al., pueden reducir el riesgo hasta en un 50%, especialmente en tratamientos de amplio espectro.
3. Cólico infantil
Lactobacillus reuteri DSM 17938 es una de las cepas más estudiadas y ha demostrado disminuir el tiempo de llanto, especialmente en bebés amamantados.
El mecanismo, según Hojsak puede relacionarse con la reducción de inflamación leve y la modulación del eje microbiota-intestino.
4. Estreñimiento funcional
Aunque el tratamiento principal sigue siendo el polietilenglicol, algunas cepas como Bifidobacterium lactis BB-12 pueden ayudar a mejorar la frecuencia evacuatoria cuando se usan como complemento durante varias semanas.
Estas cepas actúan aumentando la producción de ácidos grasos de cadena corta, que mejoran la motilidad intestinal.
5. Prevención de dermatitis atópica en niños de riesgo
El consenso clínico de Hojsak et al. sugiere que algunos probióticos —especialmente combinaciones de Lactobacillus y Bifidobacterium— pueden reducir el riesgo de dermatitis atópica cuando se administran durante el embarazo y la lactancia, o en lactantes de alto riesgo.
No son un tratamiento curativo, pero sí una estrategia preventiva moderadamente útil.
¿Cuándo NO funcionan o la evidencia es insuficiente?
A pesar de su popularidad, los probióticos no han demostrado eficacia robusta en:
- Resfriados u otras infecciones respiratorias.
- Aumento de defensas de manera inespecífica.
- Tratamiento principal del dolor abdominal funcional.
- Mejoría del apetito o crecimiento.
Los autores de ambos artículos recalcan que muchos efectos atribuidos a probióticos en medios comerciales no tienen respaldo clínico, y que es necesario evitar generalizaciones.
La dosis: el detalle que más se pasa por alto
Muchos productos pediátricos contienen 10⁷ o 10⁸ UFC por dosis, una cantidad por debajo de lo usado en estudios clínicos.
La evidencia señala que, para la mayoría de condiciones, se necesitan al menos 10⁹ UFC/día para observar beneficios.
En el caso de S. boulardii, las presentaciones efectivas son las que contienen entre 5 y 10 mil millones de UFC por dosis (aproximadamente 250–500 mg).
Si un producto no especifica claramente su contenido al final de la vida útil, es mejor descartarlo: la viabilidad bacteriana puede disminuir drásticamente con el tiempo o con el manejo inadecuado.
Seguridad: ¿cuándo evitar probióticos en niños?
Según Hojsak et al. (2018), los probióticos son generalmente seguros en niños sanos, pero no deben usarse en situaciones particulares debido al riesgo de infecciones por translocación:
• Inmunodeficiencias severas.
• Presencia de catéter venoso central (riesgo de fungemia por S. boulardii).
• Prematuros muy pequeños (< 32 semanas).
• Enfermedades críticas como colitis isquémica o pancreatitis necrotizante.
En estos casos, los riesgos superan los beneficios.
Para niños sanos, los efectos adversos más comunes son leves: gases, distensión o cambios transitorios en el ritmo intestinal.
Duración del tratamiento: un factor clave para obtener beneficios
En cuadros agudos, como la gastroenteritis o la diarrea por antibióticos, el tratamiento suele limitarse a 5–7 días. En cambio, para condiciones crónicas o funcionales, como el estreñimiento o el dolor abdominal funcional, se requieren 4–8 semanas para evaluar un efecto real. Si no hay mejoría después de ese tiempo, se recomienda suspender y reevaluar el diagnóstico o la necesidad del probiótico.
Cómo elegir un probiótico confiable
Una recomendación clave del consenso clínico es evitar productos que no informen claramente:
- La cepa completa (por ejemplo, Lactobacillus rhamnosus GG ATCC 53103).
- La cantidad de UFC garantizadas al final de la vida útil.
- Los ensayos clínicos que respaldan su uso.
- La estabilidad del producto y sus condiciones de almacenamiento.
La cantidad de cepas “mezcladas” no garantiza mayor eficacia. De hecho, muchos de los productos con evidencia utilizan una sola cepa bien caracterizada.

Lo que los padres suelen preguntar — y la evidencia responde
Muchos padres asocian probióticos con “mejorar las defensas” o “subir la microbiota”, pero los estudios son claros: los probióticos no son una herramienta universal, y deben usarse con objetivos concretos.
Si el niño está tomando antibiótico, se puede usar un probiótico para prevenir diarrea.
Si es un bebé con cólico, L. reuteri DSM 17938 puede ser una opción.
Si tiene estreñimiento, un probiótico puede ser útil, pero solo como complemento del manejo estándar.
La clave es entender que los probióticos no reemplazan cambios en dieta, hidratación o estrategias conductuales.
Los probióticos pueden ser aliados valiosos en pediatría, siempre que se usen con evidencia clara, dosis correctas y expectativas realistas. No sirven para “todo”, pero sí pueden aportar beneficios concretos en situaciones específicas como la diarrea por antibióticos, la gastroenteritis viral, el cólico infantil y algunos casos de estreñimiento funcional.
El reto principal es escoger productos confiables y evitar el marketing engañoso. Basar la recomendación en cepas específicas y estudios clínicos es la mejor forma de proteger a los niños y asegurar intervenciones realmente útiles.
Referencias
Hojsak, I., Fabiano, V., Pop, T. L., Goulet, O., Zuccotti, G. V., Çokuğraş, F. C., Pettoello-Mantovani, M., & Kolaček, S. (2018). Guidance on the use of probiotics in clinical practice in children with selected clinical conditions and in specific vulnerable groups. Acta Paediatrica, 107(6), 927–937. https://doi.org/10.1111/apa.14270
Depoorter, L., & Vandenplas, Y. (2021). Probiotics in pediatrics: A review and practical guide. Nutrients, 13(7), 2176. https://doi.org/10.3390/nu13072176